La Navidad
es una época de alegría, olvidarse de los problemas, reconciliarse y reencontrarse
con seres queridos (y uno que otro no muy estimado). Es un momento donde
renovamos la esperanza y recibimos recompensas. Un momento muy importante en
este ritual anual es justamente el intercambio de regalos.
Es increíble
lo que puede pasar una vez que quitamos el moño, arrancamos la envoltura o destrozamos
la caja. Es un momento lleno de nerviosismo y expectación que en cierta forma se
asemeja a lo que se vive en el futbol cuando nuestro equipo favorito juega un
partido muy importante y el marcador se define en la temida tanda de penales.
La gloria eterna o la desgracia total se define en un instante y no hay nada
que podamos hacer. Cuando ganamos no podemos evitar brincar de alegría, presumirles
a todos nuestro triunfo y querer abrazar a nuestros compinches. Pero si
perdemos queremos escondernos debajo de las piedras, aunque sabemos que en algún
momento tendremos que enfrentar a nuestro enemigo, tragarnos el orgullo y poner
nuestra mejor cara (aunque por dentro estemos ardiendo de ira).
Hace poco escuché
una canción que me recordó esta problemática. El autor de esta belleza es el canadiense
Dan Mangan. Además que su lírica es extraordinariamente introspectiva y acertada,
cada uno de sus acordes es poderoso, envolvente y adictivo.
Dan Mangan “We Want To Be Pleasantly
Surprised, Not Expectedly Let Down”
Ahora que lo
pienso, esta canción también puede ser aplicable a nuestra clase política,
legisladores, gobernantes y demás servidores públicos.
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