Hace algunos
meses me puse a reflexionar sobre qué persona sería extrañada por más gente al
llegar su hora de partir. El primer nombre que vino a mi mente ñoña fue el de
Stan Lee. Su edad es avanzada (91 años) y a pesar que goza de buena salud no
podemos hacernos ilusiones respecto a que le quedan muchos años por delante.
Pensé en él porque creí que sería el primero. El mundo va a ser un lugar muy
triste cuando él se vaya, concluí.
El caso de
Gustavo era diferente. Él era muy joven para irse (55 años) y siempre tuve la
esperanza que despertaría del sueño en el que estaba sumergido. No me importaba
un posible regreso a los escenarios, es más, no me importaba que jamás volviese
a grabar música. Sólo deseaba que recobrara la salud y que viviese muchos años
más en compañía de la gente que lo quiere y que es cercana a su corazón.
No, nunca vi
a Gustavo tocar en vivo. La vez que estuve más cerca fue con la gira ‘Me verás
volver’ de Soda Stereo pero una bronquitis me impidió ir al concierto. El
conducto de mi cercanía siempre fue la televisión, la radio, los discos y las publicaciones
impresas; esto no implica que mí aprecio fuese menor comparado al de los que
experimentaron su magia en persona. De hecho, Soda Stereo y Caifanes son los
primeros grupos de rock en español que recuerdo haber escuchado y que me
gustaron. Desde entonces los guardo en un lugar muy cercano a mi corazón.
A Gustavo le
debo innumerables momentos de alegría en compañía de mis amigos. Él fue mi
copiloto cuando manejaba por las calles de la Ciudad de México. Él es cómplice
de mi despertar en la música. Él es motivo de orgullo para todos los que
hablamos español y habitamos este continente tan surrealista.
Hace muchos
años Gustavo agradeció nuestra devoción con dos palabras que hasta la fecha palpitan
con la misma intensidad que su recuerdo. Sin embargo, somos nosotros los que le
estamos más agradecidos, sin su música nuestra vida no sería la misma.
Gustavo
cruzó el puente, ahora es inmortal.
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