Sucede que a
mí no se me da mucho eso de recordar lo que sueño. Generalmente despierto con
la certeza que soñé algo, incluso puedo tener una que otra imagen en la mente,
como si se tratara una serie de diapositivas. Sin embargo, a los pocos segundos
todo se esfuma, como humo que se lleva el viento, desvaneciéndose para jamás
ser recordado. Por más que trato no puedo recordar qué fue lo que soñé. No
recuerdo los detalles, ni siquiera puedo recordar la idea general. Hay personas
que me han recomendado que deje una libreta y un lápiz junto a mi almohada,
así, en cuanto despierte, puedo apuntar mi sueño. Lo he intentado, pero el
resultado ha sido poco favorable, no tengo tiempo suficiente. El sueño se
esfuma en un abrir y cerrar de ojos…
Las pocas
veces que he logrado conservar algo en mi memoria se trata de una pesadilla o
un sueño realmente angustiante. Por ejemplo, hace cerca de diez años soñé que
me encontraba dentro de una cabaña de madera en medio de un espeso bosque. Creo
que estaba nevando. Desde el interior de mi cálida morada, a través de una
ventana, yo me dedicaba a contemplar el paisaje nocturno. Todo era tranquilidad
y silencio hasta que un pequeño cervatillo, de esos como los de la película
Bambi, cruzó justo enfrente de mi puesto de vigía provocando mi inmediata
ternura. Sin embargo, detrás de los pasos del inocente e indefenso animal, que
caminaba sin prisa y sin otra preocupación que olfatear el suelo en busca de
alimento, venía una jauría de lobos. Ojos amarillos, dientes largos, blancos,
afilados y desenfundados. Cuerpo pegado al suelo, como un resorte listo para
ser activado, listo para atacar.
‘Pobre, se
lo van a comer. No tiene oportunidad de sobrevivir’, fue la frase que cruzó por
mi mente al ver esta escena. Sin embargo, en lugar de seguir al cervatillo, los
lobos comenzaron a rodear mi cabaña, perforando las paredes con su mirada,
fijando su atención en el lugar donde yo me encontraba. ‘Oh no, creo que estoy
en problemas’… Fue en ese momento que desperté.
Hace poco
tuve un sueño el cual recuerdo con bastante detalle. No, no fue una pesadilla,
fue un sueño. Si bien no tenía que ver con lobos, sí tenía que ver con
animales, en este caso, se trataba de un gato. Más específicamente un gato que
tuve por 18 años y que falleció el pasado 9 de enero. Juan fue el nombre que
tuvo en vida y durante muchos años fue mi amigo y compañero. Era tan grande
para su especie que a veces, cuándo me preguntaban cómo era, lo describía como
un tigrillo o un puma en miniatura. Ahora que lo pienso, también tenía algo de
superhéroe, su cuerpo era blanco pero tenía un antifaz negro que le cubría los
ojos y las orejas. Además, una larga mancha que iba del lomo hasta la cola
asemejaba a una capa que se agitaba siempre que el viento acariciaba su pelaje.
Siempre que llegaba a casa tenía la certeza que él iba a estar ahí, esperándome,
listo para jugar o acurrucarse junto a mí. Él nunca dejó de estar a mi lado y
pesar de todos los sillones destrozados, sus arrebatos para marcar territorio y
demás travesuras, nunca dejó de ser tremendamente querido y consentido. Juan
siempre hizo las cosas a su manera.
Desde el
2011 su veterinario de cabecera le detectó un problema renal crónico (tengo
entendido que es una condición bastante común en los gatos). Por más de un año tuvo
cuidados especiales, pero al final del 2012 su salud comenzó a verse seriamente
afectada y los problemas comenzaron a multiplicarse y a afectar órganos... Una
de las decisiones más difíciles y dolorosas que he tomado en mi vida fue la pedir
que lo pusieran a dormir. De hecho, en un principio me opuse rotundamente a la
idea, no quería quedarme solo, pero no podía soportar el ver a mi querido Juan
sufrir, en especial después de tantos años de felicidad que me dio. En su
última noche lo puse sobre mis piernas y nos pusimos a ver la televisión, como
lo hicimos en innumerable ocasiones. Después nos fuimos a dormir, a él siempre
le gustó dormirse a mi lado, generalmente se colocaba encima del cobertor, sólo
en las noches muy frías se metía entre las sábanas. Aunque en sus últimas semanas
le dio por meterse debajo de las sábanas todos los días. Esa última noche
apenas y pude dormir unas horas, él también tenía dificultad para conciliar el
sueño, así que me puse a platicar con mi querido amigo. Hablamos de todo, desde
la primera vez que nos vimos, cómo lo encontré por los tímidos maullidos que
salían por debajo del mueble del comedor. Pasando por todas las aventuras,
sustos y buenos momentos que pasamos juntos... Fueron bastantes horas las que
tomó nuestra despedida.
A las 7: 12
del 9 de enero de 2013 Juan Cirilo Nepomuceno se fue como vivió, haciendo lo
que le dio la gana. No fue la mano de un veterinario la que detuvo su
existencia (Juan siempre los detestó), él decidió irse bajo sus propios
términos en el momento que quiso. En la cama en la que durmió miles de veces y en
la compañía de la persona que más lo quiso y defendió durante toda su vida.
La siguiente
foto la tomé ese día al amanecer como recuerdo de nuestra despedida. El cielo
lucía particularmente hermoso.
Esta canción
también es para mi querido amigo, siempre estuvo dedicada a él, desde que la
escuché por primera vez allá por 1996.
Takako Minekawa “Fantastic Cat”
¿Y de qué
trató mi sueño? Yo estaba en casa. Juan estaba recargado entre mi brazo
izquierdo y mi pecho mientras yo lo acariciaba con la mano derecha. Su pelaje bicolor
tan hermoso como siempre. Durante el tiempo que duró el sueño pude sentir el
calor de su cuerpo. Por alguna razón estaba consciente que estaba soñando y que
en cualquier momento todo iba a terminar. Esto realmente no me importó, yo
estaba feliz y agradecido de poder vivir esto una vez más.
Hasta
siempre Juan.
1 comentario:
Que hermoso cielo!! un mensaje de Juan, agradeciéndote por todo
Te mando un fuerte abrazo!!
R
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