Y de pronto
se hizo el sonido, pero no era cualquier sonido. Era estridente, imponente e
intimidante. Lo abarcaba todo. Era crudo y brutal. Su presencia lo estremecía
todo. Podías sentir como te golpeaba y sacudía, arrollándote y volcándote como
una ola que te agarra desprevenido, haciéndote sentir pequeño e indefenso. Sí,
así son los primeros acordes de 'Kveikur', el más reciente disco de Sigur Rós.
Después, el
mar violento y rabioso comienza a retraerse. La calma regresa. Como un huracán
que se aleja de la costa o un volcán que regresa a dormir después de desquitar su
rabia. Como por arte magia el cielo comienza a despejarse. El color resurge y
salpica todas las cosas, parecido a lo que pasa después que alguien sufre un
susto muy grande. Si ponen un poco de atención incluso podrán escuchar algunos
pajarillos trinando.
Es hora de
tomar el tren e irme de aquí. En este punto no sé cuál será mi destino, pero en
algunas ocasiones eso es lo que menos importa. El vagón está prácticamente
vacío, lo que me permite tener el espacio suficiente para subir los pies sobre
el asiento de de enfrente mientras recargo mi cabeza sobre la ventana para ver
el paisaje. Hay algo tremendamente relajante e hipnótico acerca de los verdes
pastizales por los que cruzamos y la tímida lluvia que al caer despierta el
olor a pasto y tierra mojada.
La ruta planeada
por el locomotor cruza voluntariamente a fuerzas por una zona industrial en la
que hacemos parada. No sé si hay que realizar alguna reparación, si tenemos que
esperar a que suban más pasajeros o es una simple formalidad, cosa de la
costumbre; el chiste es que nos detenemos. El andén esta rebozando con el
movimiento de máquinas que vienen y otras que van. Es como ver un remake de
“Tiempos Modernos”, con efectos especiales a lo bestia. Tanta actividad me
recuerda el burbujeo del agua hirviendo. Creo que además de las máquinas también
hay algunas personas, pero es difícil reconocerlas con esas capuchas que llevan
encima, las ropas grisáceas llenas de herramientas, tubos y artilugios
incomprensibles, como si fueran una tlapalería ambulante, que involuntariamente
los mimetizan con el entorno. La forma en que reconozco lo que realmente son es
por los orificios redondos, similares a los de una máscara anti-gas, por los
que se alcanzan a ver los ojos.
Algo explota
y salgo expulsado por los aires. Es como salir súbitamente de un sueño o
sumergirme de forma imprevista en uno de ellos, en este punto no distingo la
diferencia. La fuerza que imprimí para atravesar las paredes de ese sueño
brumoso y espeso (para posiblemente entrar a otro) me hace salir despedido por
los aires con una fuerza que me impulsa a elevarme por los aires. Otra vez
puedo ver paisajes verdes, cordilleras y desfiladeros. Voy a gran velocidad, de
arriba hacia abajo. Por momentos me acerco mucho a suelo. Justo en ese momento
aprovecho para extender mi brazo y rozar el pasto con mis dedos. Inmediatamente
vuelvo a tomar altura para recibir la caricia del sol en mi rostro. Es como
estar en una montaña rusa interminable sin miedo a nada, ni a la muerte.
Todo
termina, así como cada año el verano llega a su fin para que los niños puedan
regresar a la escuela. Regresar a esa costumbre de ir temprano a la cama para
levantarse a tiempo y no perder un día de clase. Ir a descansar, tal vez eso es
lo que hace falta después de un día lleno de aventuras y travesuras. Y mañana,
volver a empezar. Buenas noches y dulces sueños.
Eso y
algunas cosas más es en lo que pienso cuando escucho, ‘Kveikur’, el más
reciente disco de Sigur Rós. La banda islandesa es de mis favoritas.
Escucharlos es una experiencia profundamente personal y gratificante. No suelo
escucharlos cuando estoy en compañía de alguien, no porque no quiera o por egoísmo,
sino porque no me atrevo a romper el silencio y la atención que demanda la
banda. Porque Sigur Rós es como una novia muy celosa que requiere de toda tu
atención, cuando ella llega no hay nadie más en la habitación. El tiempo y el
espacio dejan de existir y realmente comprendes lo que es sentir. Tal vez esa
es la razón por eso que disfruto escucharlos en cualquier lugar, en casa,
cuando trabajo, en un embotellamiento, cuando manejo a gran velocidad. Lo único
que lamento es cuando llego demasiado pronto a mi destino. Interrumpir un disco
de Sigur Rós, el que sea, es una gran ofensa; es como si cancelaran navidad o
como si anularan el gol con el que tu equipo favorito se convierte en campeón.
Por eso, cuando escuchen a Sigur Rós, tomen su tiempo y déjense llevar.
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