lunes, 1 de abril de 2013

Erase una vez en el Vive Latino 2013 (epílogo)


Mis aventuras en el Vive Latino 2013 no acabaron al salir por la puerta 8 del Autódromo Hermanos Rodríguez, pues sucede que tuve un pequeño incidente a la hora de ir a buscar mi auto en una de las calles aledañas a Añil.

Imaginen que después de todos los momentos felices vividos en el festival, por fin me dirijo a la calle donde había estacionado mi auto. Después de mucho caminar por esta vía, medianamente iluminada y completamente extraña para mí, me di cuenta que el camino estaba por terminar y yo seguía sin encontrar lo que estaba buscando. ¿Qué hice? Pues caminar de regreso y ver si por alguna inusual conjunción de eventos pasé sin verlo. Hice este ejercicio un total de tres veces. Con cada recorrido comencé a notar como los vecinos que estaban fuera de sus casas, platicando o simplemente escudriñando a los transeúntes, comenzaban a mirarme fijamente. Eventualmente uno de ellos, moreno, estatura baja, 25 ó 30 años, me preguntó si estaba buscando mi auto. Temiendo por mi seguridad (ya saben que a las mamás les encanta inculcarnos desde pequeños que no debemos hablar con extraños) pero sin muchas cosas más que perder y, peor aún, sin medio de transporte de regreso a casa, decidí decir la verdad. Mi interlocutor trató de tranquilizarme y me dijo que no temiera, ‘aquí no se roban los autos’.
-¿Cuál era el nombre de la calle en que lo dejaste? -preguntó.
-No me fijé -respondí- pero estoy seguro que fue en esta calle. Reconozco muchas de las cosas que hay aquí.
-¿Se lo encargaste a alguien?
-Sí, a una señora que me dijo que estaba cuidando coches junto con su esposo.
-¿Cuánto te cobró?
-100 pesos.
-¿Y cómo era el señor? ¿Chaparro y moreno?
-… Sí.

 Después estas y otras preguntas respecto a los detalles de mi auto, le pidió a una mujer que estaba junto a él que sacara la bicicleta para dar una vuelta para buscar mi coche. ‘Y de paso regálale una chela en lo que regreso. Eso sí güero, si lo encuentro nada más te pido que me des para el ‘chesco’’. Yo en ese momento estaba dispuesto a dar todo lo que tenía en mi cartera con tal de volver a ver mi auto, es más, no me importaba que no tuviera defensa, vidrios o estéreo; me bastaba con que encendiera el motor y tuviera las cuatro llantas.

Los minutos corrían, prolongando la agonía de la espera. Eventualmente otro de los vecinos, moreno, estatura baja y con una gorra de beisbol hacia atrás, se animó a decir que el de la bicicleta ‘es bien güey’ y que era más probable encontrar el coche si lo acompañaba. Es así como comencé mi peregrinar por las calles oscuras de la colonia Granjas México. Cada tantos metros que nos alejábamos de la civilización mi corazón se aceleraba un poco más. Una de mis manos apretaba constantemente el control remoto con la esperanza de que la alarma del mi corcel mecánico comenzara a relinchar. La otra se aferraba al celular mientras yo debatía conmigo si debía llamar a la policía, el seguro, mis papás o a algunos amigos para que me hicieran el paro.

En diversas ocasiones mi guía se encontró a algunos de sus amigos (o por lo menos eran conocidos a los que siempre se refería por apodo), los cuales le preguntaban qué estaba haciendo, ‘ayudándole a mi amigo a encontrar su coche’. ‘Aquí no se pierde nada, no te preocupes’ me respondía la mayoría de ellos. ‘Sí, no te preocupes, aquí  no se roban los autos, a lo mucho se chingan el estéreo’.

En fin, después de peinar minuciosamente la zona y temer en más de una ocasión un inminente atraco, encontramos mi auto en una calle cercana a la que inicialmente entré. Sí, yo estaba en la calle equivocada, pero como todas son tan parecidas no noté la diferencia. Ya con el corazón rebozando de alegría emprendí el camino de regreso a casa. La calle de Añil, que cuando inicié mi búsqueda estaba repleta de autos, para esta hora lucía despejada.

La moraleja, siempre que estacionen su auto fíjense en el nombre de la calle en que lo dejan.

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